Poesía Antonio Deltoro

antonio-DELTOROB Nació en la ciudad de México, el 20 de mayo de 1947. Estudió en el Instituto Luis Vives, en México D.F. junto a otros hijos de exiliados políticos españoles. Ha publicado: Algarabía inorgánica (1979), Hacia dónde es aquí (1984), Los días descalzos (1992) y Balanza de sombras (1997), libro por el que obtuvo en México el Premio de Poesía Aguascalientes. En 1999, la Universidad Nacional Autónoma de México publicó su Poesía reunida (1979-1997) recopilacion, junto con En las aguas del jueves para siempre (2002).
Deltoro es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y dirige un taller de lectura y escritura en la Casa del Poeta.

Poesía de Antonio Deltoro a su padre

Bajo el cielo de marzo

La alfombra, las paredes, los retratos, todo intacto. En el librero tus libros más íntimos me dicen tu compañía.

Sobre la silla un sueter, siento tu olor, un espejismo me dice que vives. Quiero ir de tu olor a tu voz, de tu voz a tu piel; reconstruirte.

Todavía hay presente en que apoyarse y mañanas de sol.

Desde todos los puntos del largo itinerario de tus años te miras.

¡Hay tanta agilidad en tu disfrute! ¿Qué piensas mientras juegas arriba? El río envuelve a la montaña y vuelan los vencejos sobre El Charco Azul. Corría entre piedras y me bañaba en el río y miraba en las cuevas volar a los vencejos. Casas blancas y un río, vides y algarrobos, algunas huertas, y en calles y barrancos, tu infancia, tu memoria, nadando por el río, corriendo entre las peñas.

Viví de tu conversación y de tu porte como del vuelo de un pájaro. Hay en esta altiplanicie, sosegándola, un trozo de Chulilla, de río Turía, de Mar Mediterráneo. El porche, las ventanas, la fuente, los geranios, te acompañan, nos acompañan. En el jardín mezclan sus sombras memoria y olvido; cal y ceniza derramadas entre’ la higuera y el olivo, entre la acacia y el ciruelo. Bajo el cielo de marzo, bajo su azul despejado, con nubes ligerísimas tiramos tus cenizas en el jardín de la casa.

Mi padre, el memorioso, el inventor de cuentos y de anécdotas, se hundió en el silencio y desapareció sin aspavientos ni temores. Nos dio apenas tiempo para un ligero adiós y unas palabras. Se fue sin molestar, como el que toma sus prendas, y con suprema elegancia, apenas de perfil, dice hasta luego.